1.1 El corazón


“Corazón” es como una palabra de plástico, que todo el mundo manosea a su gusto, estirándola y ensanchándola según su conveniencia. Es, por otro lado, la palabra más romántica y musical de todas. La tenemos cada día en el oído, cuando nos encajamos los auriculares camino del colegio: You see my heart beating, oh you can see it through my chest… (Rihanna), o también: Though you break my heart, you’re the only one (Beyoncé), o esa tan bonita de Maldita Nerea: Y es que tiene un corazón que no le cabe, que se muere si le faltas, que sólo entiende lo que dice si lo dices sin palabras… Sin embargo, a pesar de lo flexible y manejable que parece, la palabra corazón hay que entenderla bien y usarla con propiedad, pues en ella nos jugamos lo más serio de la vida, que es el amor. Si no tienes claro lo que es el corazón, corres peligro de “rellenarlo” con cualquier cosa, o lo que es lo mismo, amar de modo equivocado, inmaduro o egoísta.

Existen básicamente dos conceptos de corazón, que podríamos llamar corazón-esponja y corazón-hogar.

Corazón-esponja es el que se deja empapar pasivamente por todo lo que tiene a su alrededor. Cualquier emoción pasajera le influye, le condiciona y le moldea. Es amorfo porque no tiene forma propia sino la que le dan los demás. No se forma (mediante las virtudes y el estudio) sino que se con-forma.

El que no se forma sino que se conforma es un amorfo.

Es el caso de la típica chica emocionable y voluble, que pasa fácilmente de los cariños tiernísimos a los odios virulentos, pero es incapaz de entablar relaciones serias. Absorbe sentimientos pero no acoge personas. Su oleaje emocional la mantiene siempre en la superficie, de acá para allá, como iceberg a la deriva, ignorante de sus profundos tesoros. ¿Qué amistad cabe esperar de alguien así?

El corazón-hogar, en cambio, es el que cuenta con un fondo estable y sereno donde siempre es posible echar el ancla. No es que no tenga también olas y fluctuaciones en la superficie, por supuesto, ¡si no en vez de corazón sería un ordenador!, sólo que ahí no es donde residen sus amores sino en su mundo submarino, en ese espacio invisible y misterioso que se llama intimidad.

La intimidad es la conciencia que tienes de ser absolutamente única e inmensamente valiosa, por muchos que sean tus defectos, limitaciones y caídas. La intimidad la percibes como una voz interior que te dice :

sé tu misma,
sé auténtica,
sé aquello para lo que has nacido,
créete increíble,
explora tus tesoros,
no te conformes con lo cutre,
aspira a lo máximo.

Y también estas otras cosas:

date,
entrégate,
sacrifícate,
sé misericordiosa,
ama sin límites,
sé fiel a tus amores.

Tales voces —que sin duda provienen de Dios— constituyen tu yo más auténtico y profundo, tu tú más tuyo, tu tú más tú. ¡Ay de aquella persona que no sepa escucharlas! Se pasará toda la vida representando un papel que no es el suyo, y funcionando con una falsa identidad.

Sólo quien tiene un corazón así es capaz de tener amigos. Sólo si aprecias tu intimidad, la proteges y la cultivas podrás darla y recibirla en la amistad. Porque a fin de cuentas la amistad no es sino una alianza de corazones, aunque eso sí, de corazones auténticos, no amorfos.

La amistad es una alianza, estable y duradera, de corazones.

Reconocerás enseguida a quien tiene un corazón-hogar. Ríe, llora y se enfada como la que más, tiene sus prontos y sus altibajos, sus defectos y sus manías, pero todo eso no le impide ser leal contigo, firme en sus convicciones y perseverante en sus compromisos. ¡Este es el terreno donde arraiga la amistad!

El corazón-hogar se distingue por dos características importantísimas para la amistad: pudor y fidelidad.

Pudor quiere decir autoestima. Si te sientes valiosa es lógico resistirte a ser tratada como “cosa”: muñeca, mascota, florero, conejo de indias, reclamo machista, o instrumento de placer. Algo de esto tienen ciertas amistades enfermizas, pero el sano sentido del pudor enseguida lo detecta y se rebela saludablemente. Lo veremos más abajo, en el capítulo V. Lo que está claro es que el verdadero pudor está muy lejos del puritanismo ñoño y mojigato, ya que es valoración de sí mismo y libertad interior.

Fidelidad quiere decir autenticidad: ser siempre la que eres, dondequiera que estés y hagas lo que hagas, sin mimetizarte con el ambiente. Es también constancia en la palabra dada y los compromisos asumidos. Eres fiel cuando tus síes (o noes) no se doblan como churros por las presiones o las críticas. No son sí pero depende, sí pero ya veremos, sí pero si eso te llamo, sí pero más o menos. En el ámbito de la amistad esta coherencia se llama lealtad.


Donde hay pudor y lealtad la amistad respira a pleno pulmón y se mueve a sus anchas. Trataremos de ello más adelante.